Del 11 de enero al 5 de febrero de 2023
- Jesús Arbués adapta y dirige el aplaudido texto, precursor de la alerta sobre la España vacía y un clásico contemporáneo.
- El Teatro Quique San Francisco acogerá la pieza del 11 de enero al 5 de febrero.
- Ricardo Joven y Alicia Montesquiu protagonizan una función que une palabra e imagen para transmitir emociones.
- Además de un grito de alarma contra la despoblación rural y los pueblos abandonados, La lluvia amarilla nos habla del tiempo perdido, la soledad y nuestra incapacidad emocional.
El Teatro Quique San Francisco acoge del 11 de enero al 5 de febrero, la reposición de La lluvia amarilla, adaptación de la obra homónima de Julio Llamazares, en versión y dirección de Jesús Arbués y protagonizada por Ricardo Joven y Alicia Montesquiu. Una obra que traslada a escena el texto de Llamazares, precursor de la España vaciada y que lanza un grito de alarma contra la despoblación rural y los pueblos abandonados.
EL FIN DE UNA MANERA DE VIVIR
La lluvia amarilla se adentra en la memoria y la conciencia de Andrés de Casa Sosas (Ricardo Joven), el último habitante de Ainielle, un pueblo ubicado en el Pirineo aragonés, quien nos habla en su relato durante la que será su última noche en su casa natal. La última noche de su vida, después de la cual la muerte conducirá a Andrés hacia la oscuridad eterna, donde podrá reunirse con su mujer Sabina (Alicia Montesquiu) y sus seres queridos. La historia de Andrés es también la del transcurrir de una vida y, al mismo tiempo, la del fin de una manera de vivir. Pero esa noche Andrés es acuciado por todos los males imaginables: la soledad, la muerte, la desidia, la enfermedad, el odio, la alucinación, el tiempo… Pero también por el recuerdo del amor y la amistad.
En La lluvia amarilla, el agreste paisaje de montaña provoca que el hombre haga balance de su soledad y desamparo en los umbrales de la muerte. Como cuenta su protagonista, “los días eran largos, perezosos, y la tristeza y el silencio se abatían como aludes sobre Ainielle. Yo pasaba las horas vagando por las casas, recorría las cuadras y las habitaciones y, a veces, cuando el anochecer se prolongaba mansamente entre los árboles, encendía una hoguera con tablas y papeles y me sentaba en un portal a conversar con los fantasmas de sus antiguos habitantes”.
LA DESPOBLACIÓN Y LA ESPAÑA VACIADA
Llamazares situó la trama de La lluvia amarilla en el pueblo de Ainielle para hablar de uno de los dramas más relevantes de nuestro presente, la despoblación del medio rural: pueblos vacíos, casas en ruinas, tejados derrumbados, cristales rotos, chimeneas apagadas… Pero la obra no solo habla sobre el deterioro y el abandono físico, también se adentra y reflexiona sobre cómo la ausencia de habitantes también devora la memoria de esos lugares cuando poco a poco van perdiendo esa presencia humana. Porque, ¿puede un pueblo existir si nadie es testigo de su existencia?
Así, el pueblo deshabitado de Ainielle es el otro personaje principal del espectáculo. Un personaje mudo, pero no insensible. Ainielle existe en el Pirineo aragonés, a 1.355 metros de altitud, no lejos de Biescas. Era uno de los lugares poblados más altos del Pirineo, pero está deshabitado desde 1971, año en el que su último poblador abandonó el pueblo. “El texto de Julio tiene la capacidad para trascender lo particular, lo concreto de la historia, y convertirla en universal”, continúa Arbués. “Nos conmueve y consigue que, en algún momento, todos nos sintamos parte de este ‘quijote’ que lucha contra la ruina del pueblo y la suya propia sabiendo que está condenado a perder irremisiblemente”.
“La lluvia amarilla es un texto precursor. El mérito de Julio es haber escrito un texto que habla de muchas cosas más, no solo de la despoblación y los pueblos abandonados. Como toda obra maestra, llega más allá. Convierte la obra en un tratado sobre el tiempo, sobre todo lo perdido, todo lo que no se hizo, los abrazos no dados, los silencios, la incapacidad emocional… Todo eso regresa en la última hora de vida de Andrés y le pasa factura”, explica Arbués, quien a su vez también conoce de primera mano los estragos de la España vaciada.
“Yo nací en ese mundo rural. Soy parte de esa realidad. De esa mentalidad del personaje, ese amor a su casa. La casa no son unas piedras, es la memoria de los que se fueron. Ese concepto está muy vivo en el paisaje de mi infancia. Como director siempre he trabajado sobre textos con contenido que dijeran cosas. Quizá era el momento en el que debía hablar de este tema”.