Juan Mayorga vuelve a imaginar a Teresa de Jesús, en una nueva puesta en escena de La Lengua en Pedazos (Premio Nacional de Literatura Dramática 2013). Es un combate. Tiene lugar en la cocina del convento. Allí, entre pucheros, anda Dios. Con Clara Sanchis y Daniel Albaladejo.
Teresa y el inquisidor
“La singularidad es subversiva”, dijo un poeta. Recuerdo esa frase cada vez que pienso en Teresa de Jesús. Veo en ella una insurrecta. Alguien a contracorriente en un tiempo donde una mujer que escribía y que elegía su camino era sospechosa -y más si escribía con tanta inteligencia y abría su camino a otras-.
Teresa es también, desde luego, un ser a contracorriente en nuestro propio tiempo. Por eso resulta tan fascinante: porque, al tiempo que nos atrae, nos es extraña. Aunque no se comparta su credo, asombra la enorme voluntad que en él se apoya. Y asombra una palabra tan violentamente hermosa cuando habla de su cuerpo herido como cuando pinta ángeles o infiernos.
Ganar para el escenario ese personaje y esa palabra fue el deseo que me impulsó a concebir esta fantasía teatral. Poco a poco, se me fue apareciendo su antagonista y doble: el Inquisidor. Quien llega en la noche no solo para interrogar a Teresa, sino también para interrogarse y, finalmente -quiero creerlo-, para interrogarnos.
Como cuando estrené La lengua en pedazos en el que fue mi primer montaje, me acompaña Clara Sanchis. De nuevo, está junto a nosotros Daniel Albaladejo. Nos hemos reunido no para reconstruir aquella puesta en escena, sino para imaginar de nuevo a Teresa y al Inquisidor y escuchar lo que el tiempo nos ha ido desvelando sobre ellos y sobre nosotros.
Es un combate. Tiene lugar en la cocina del convento. Allí, entre pucheros, anda Dios.
Juan Mayorga